El relato turístico lo habíamos dejado en una de las ciudades más conocidas de Alemania, Frankfurt am Main. Aún restaba el domingo, dentro de ese oficial primer fin de semana veraniego en el que dicha estación, que aún no había llegado en teoría, había decidido tomarse una pausa. Varias eran las posibilidades, entre las que se encontraban Mainz, Mannheim y Wiesbaden, pero al final nos decidimos por Heidelberg. Bueno, decidió Frank, que para eso era el anfitrión. Estaba un poco lejos, pero teníamos coche, y allí que fuimos.
Creo que hasta ahora no ha habido ninguna ciudad alemana que haya visitado expresamente y no me haya gustado. Quizás Dresden en la primera ocasión o Munich, en la segunda (primera en esta segunda etapa alemana) no me produjeron excesivo entusiasmo, pero tras las segundas partes aquellas opiniones se desvanecieron.
Heidelberg se encuentra en el estado de Baden - Württemberg, capital Stuttgart, al suroeste del país. Los datos apuntan a que es una de las ciudades más antiguas de toda Alemania. De hecho fue allí donde se creó la primera universidad del país, en las postrimerías del siglo XIV. Pero aparte de lo dicho hasta ahora, lo que sin duda constituye el mayor atractivo de la ciudad es que salió totalmente indemne de la Segunda Guerra Mundial, algo para nada común en estas latitudes.
Bonita vista de la ciudad desde lo alto del castillo. Jesuitenkirche a la izquierda y Heiliggeistkirche a la derecha
Nada más llegar y aparcar en el centro de la ciudad subimos al castillo, constuido hacia el año 1400 por uno de los príncipes electores germánicos. Lo primero que llama la atención desde lo alto son las imponentes vistas de la ciudad a ambos lados del río Neckar; lo segundo, el castillo en sí, o lo que queda de él. Turistas, mucha gente, muchos españoles, para variar, en ese lluvioso y ligeramente fresco día. Jardines de artillería, murallas, torres, jardines italianos, patios, bibliotecas, palacios y museos. Lo que viene a ser un castillo, vaya. Pero en este hay algo peculiar, el Großes Fass, un gigantesco barril de vino donde los singulares príncipes electores guardaban los tributos que le hacían sus súbditos. 200.000 litros dicen que caben allí.
Y de ahí, hacia el centro histórico, la Alstadt. Dado el emplazamiento geográfico, Heidelberg es una ciudad elongada del este al oeste, y es la Hauptstraße, una larga calle de 2 kilómetros, la que vertebra la ciudad. El punto de llegada tras bajar del castillo es el más oriental de la ciudad, la Karlstor, una de las puertas de entrada. De ahí y paseando hacia el oeste, van apareciendo los edificios más importantes de la ciudad. El Palais Weimar, la renancentista Haus Buhl y la Markplatz, con bonitas casas que nos indican inequívocamente que estamos en Alemania. Dominan el correspondiente Rathaus o Ayuntamiento y la Heiliggeistkirche o iglesia del espírítu santo, gótica del siglo XV y constuida con la misma piedra rojiza que el Schloss.
El Haus zum Ritter, de estilo renacentista tardío, es uno de los edificios más llamativos de la Markplatz.
Es en este punto en el que hay que cruzar el río Neckar y disfrutar de uno de los lugares más famosos y conocidos de la ciudad , el Alte Brücke o puente viejo, de finales del siglo XVIII, con su arco triunfal clásico. Desde ese estrecho lado de la ciudad se vuelven a tener vistas bastante interesantes, esta vez incluyendo al río. En aquella zona hicimos un receso, aprovechando uno de los múltiples Feste que los alemanes organizan cada fin de semana en cuanto el sol y las temperaturas agradables empiezan a llegar. Si tienen tiempo, no como nosotros, busquen el Philosophenweg o camino de los filósofos, hacia arriba. Se dice que los más insignes habitantes de esta ciudad paseaban por allí para aclarar sus pensamientos y para meditar sobre los misterios del tiempo y la decadencia, con la ayuda una vista presidida por las ruinas del castillo. Tiene que ser uno de esos lugares ideales en los que perderse durante una tarde, clara o nubosa, con poco más que un libro y la compañía de cada uno. Y sin reloj ni teléfono móvil, por supuesto.
Nosotros volvimos a la ciudad, de nuevo atravesando el puente viejo, y nos perdimos por las callejuelas del centro tras tomarnos un café y sin dejar de necesitar un pequeño paraguas. Dos eran los edificios principales que nos quedaban por ver. El primero, la Alte Unversität o Universidad vieja, también del siglo XVIII; y los segundos, los edificios jesuíticos, el Collegium, el Gymnasium y la Jesuitenkirche. Y con eso y algunos otros edificios de la Universidad, dimos por finalizada la visita. Agradable, sin duda. Bonita ciudad.
Volvimos a Frankfurt, con algo de atasco en la autopista, a completar la última fase del fin de semana: la carambola de recoger a María José en el aeropuerto, que venía de pasar ese fin de semana en Barcelona. "¿Qué has estado en Heidelberg? ¿Y no me has avisado", me decía por teléfono mientras comprobábamos que su vuelo saldría on time. Regresamos ambos en coche hasta Bayreuth bajo una lluvia algo fuerte que provocó que el límite de velocidad en la autopista fuera sólo de 120 kilómetros por hora. Llegamos tardecito a casa, cansados pero contentos. Ella también se lo había pasado bastante bien en la capital catalana. Así acababa un bonito fin de semana, lluvioso pero interesante.
6 comentarios:
Es bonita Heidelberg, aunque para mí, pierde muchos puntos por su sobrepoblación de turistas. Estuve allí dos veces, y en ambas fue imposible escapar de los macrogrupos de japoneses, españoles, americanos... y los precios, en consonancia, mucho más altos que en ciudades vecinas.
Pero el Neckar... ah, el Neckar es otra cosa. In deinen Tälern wachte mein Herz mir auf zum Leben...
falti...
La vista desde el "otro lado del río" es una pasada :-)
understood here by chance
a greeting from Italy
Me encanta Heidelberg!!! El rio , el castillo, el paseo por la Philosofenbeg.Siempre es bonito volver.
No he estado, pero una amiga que pasó allí un semestre de erasmus habla maravillas.. Es esperanzador ver como la guerra a veces es racional y respeta la belleza de ciertas ciudades..
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