sábado, 18 de julio de 2009

Priceless


Sin rumbo alguno, sin guía, sin planes, sin reloj. Y sin preocuparse por nada. Caótico pero agradable, sin estar encasillado en un plan de viaje. A tu aire. Ahora giro a la derecha y posteriormente a la izquierda. Y luego, a ver lo que me encuentro.

Media mañana y metro hacia el sur de Manhattan. El suburbano neoyorquino es cutre. Las estaciones, viejas y no muy limpias pero al menos dentro de los trenes hace fresquito. Salida hacia la superficie y seguimiendo a la gente y, de repente, aparece el símbolo por excelencia. Una vez allí, barco hacia la isla de la estatua de la Libertad. Ya a media mañana se habían acabado las entradas para los momumentos y sólo se podía ir a la isla y ver la estatua de cerca. Allí, en la cola que esperaba para embarcar me hice amigo de unos argentinos que también estaban visitando la gran manzana. De ellos y de un cubano que hace apenas diez años decidió embarcarse y escapar de la isla cárcel hacia la Florida, prácticamente nadando como quien dice... Afectos repentinos mutuos con gente desconocida que se alegra de haber encontrado un españolito que les da, y recibe, conversación. El inglés es a esa hora del día, un idioma prácticamente residual en Nueva York. Casi todo el mundo a mi alrededor habla español...

Miles de fotos, miles de ángulos, miles de enfoques. Un poco de bruma que impide ver con claridad el skyline de Manhattan. Aún así, impresiona.

Vuelta a la gran isla, Broadway, girar a la derecha por Wall Street y llegar al puente de Brooklyn. Y seguidamente, el de Manhattan. Vuelta a casa y cena japonesa en la 6ª Avenida. Apenas 20 dólares. Luego un té verde con limón, y con miel extraña. Y, durante todo el día, calor, mucho calor, mucha humedad. New York City...

1 comentario:

Guille dijo...

efectivamente, no tiene precio!
A dijfrutarloooo!

G.