domingo, 15 de febrero de 2009

El cambio de tradiciones

Volvió el nuevo año y tras varios fines de semana saliendo fuera, esta vez la compi francesa volvió a organizar una de las tradicionales cenas en su casa, en las que todos traen algo. Y así de repente se le pueden presentar hasta 25 personas en su pequeño apartamento dispuestas a disfrutar, entre otras cosas, de platos típicos de bastantes países. Hay que tener valor o bien hay que disfrutar mucho siendo anfitrión de tanta gente. A mí me gusta recibir en casa y cocinar para mis amigos, pero albergar a tanta gente en mi casa no me produce más que agobios, sobre todo si no tengo sillas para todos. En cierta medida supongo que será por una cierta aversión a las grandes multitudes o bien por el hecho de tener todo medianamente controlado, con todo el mundo en su sitio. Todo esto unido a que generalmente me siento mejor en ambientes más reducidos, y pese a que mi salón-habitación alemán es bastante grande, hace que el número máximo de invitados que suelo admitir actualmente en casa es cinco. Hay gente pa to, que dirían ustedes...

Pero a lo que iba. Tras haber ensayado en casa para mí, para mí y para Rosa, para mí y para la asociación italojaponesa, esta vez sugerí a Coralie que, quizás, pudiera cambiar la típica tortilla de patatas y preparar una especie de paella para la ocasión. Pero que si al final me decidía por tal opción, debería terminarla en su casa, porque el arroz ha de ser preparado on time. Y así fue. En casa preparé la base, de tal forma que una vez en el lugar de la reunión apenas había que añadir el arroz y dejar hervir. Y salió bien, porque los más de 20 invitados de anoche pudieron disfrutar de una tapa medianamente grandecita de paella o, para ser sincero, de algo que se le asemeja bastante.

Todo congeladito y crudo

La clave aparece en el lado izquierdo de la foto. Y traído desde España, ya que aquí no he encontrado nada similar. Si no se dispone de mariscos frescos que hervir para usar posteriormente ese agua para el arroz, no queda otra solución.

El problema es, como de costumbre, la materia prima. En una ciudad más grande o más cerca del mar sería más fácil encontrar pescado y marisco fresco. De hecho ya tenemos localizado un restaurante italiano, del que hablaré algún día, cuyo dueño cada viernes va a Nuremberg expresamente a comprar el marisco fresco que luego por la noche disfrutamos nosotros. Pero en Bayreuth es más complicado y, aunque lo hubiera, supongo que no tendría tiempo de ir a comprarlo dado mi desastroso horario para todo. Así que hay que adaptarse al producto local más adecuado, que consiste básicamente en pescado y marisco congelado, y crudo. Esa es otra, la mayoría de los mariscos congelados que se pueden encontrar en los supermercados han sido previamente cocidos, lo que los hace prácticamente inútiles para cocinar. Curiosa costumbre germánica, pese a que algo sí se puede encontrar. Por eso, para los estándares alemanes, el resultado es bastante aceptable.

Preparación en progreso

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo un arte...

Más teniendo en cuenta que en tierras bárbaras han llegado a usar mostaza para amarillear el arroz...

Anónimo dijo...

Mostaza como colorante para el arroz... AUCH, eso hasta ha dolido.

Frescosa dijo...

Dios mío, mostaza como colorante. Tenía que haberse caído muerto encima del arroz el cafre al que se le ocurrió semejante aberración...

Josete dijo...

Supongo que es hacer un poco de MacGyver intentar hacer un paella en el extranjero, admiro tu valor, pero espero un poco más de respeto por nuestra gastronomía la próxima vez...jeje!

Anónimo dijo...

Bueno, teniendo en cuenta que eso tampoco sería paella en España, no hay que ponerse demasiado finos con lo del respeto por la gastronomía. Yo por eso siempre hago «arroz», dejo la «paella» para los levantinos porque como llames «paella» a lo que en Andalucía se entiende normalmente por ella, sea de carne o de pescado, habemus movidón.

Mis arroces se hacen sin falta de materia prima aquí y en la Conchinchina, ya que no lo quiero de pescado ni bendito (tampoco en España) y el pollo, por suerte, se encuentra en todas partes.