lunes, 2 de octubre de 2006

Llegada a los Estados Unidos

Y por fin llegó el día, 15 de Septiembre de 2006. Durante el día anterior me dediqué a descansar y a preparar las cosas, con una cierta tensión, alteración. Es cierto que yo me adapto bien a casi todos los lugares y que he viajado bastante, pero a fin de cuentas uno no se va a 10.000 km de casa cada semana... De repente me vino un pequeño sentimiento de angustia: podría estar solo durante tres largos meses... no sabía cómo sentirme.

Esa noche apenas dormí, las tensiones se iban acumulando. No fue un mes tranquilo el de Septiembre. Llegada de vacaciones, viaje a Ginebra, problemas con la casera de los Estados Unidos, problemas con los bancos y su equivalencia con los bancos americanos, exámenes de inglés del instituto de idiomas (un inciso, según el prestigiosísimo Instituto de Idiomas de la Universidad de Sevilla apenas sé inglés. Me presenté a una prueba de nivel de 2º curso y he aprobado con un 5 justo. A saber los criterios de correción, pero un 4 en el examen oral es pasarse... Yo he vivido en el extranjero, he dado conferencias y trabajado, ni que fueran de Oxford. Lo curioso es que saco más nota en Alemán de 3º que en Inglés de 2º, a ver cómo se cocina eso).

En fin, que incluso esa misma noche el transformador de mi disco duro portátil donde tenía provisiones contra el aburrimiento no funcionaba. No había, por lo tanto, ni películas, ni datos ni nada. La cosa no pintaba bien. Apenas dormí un par de horas y, hala, al aeropuerto.

Al llegar allí la primera en la frente. La chica del mostrador de Iberia tardó casi 15 minutos en darme las tarjetas de embarque. Como me habían cambiado el viaje los de American Airlines no aparecía en la base de datos. Afortunadamente todo se arregló, pero sólo me pudo facturar tanto a mí como a las maletas hasta Los Ángeles, donde en teoría sí que vuela Iberia, en código compartido con American. Bueno, ya en algún lugar de los Estates haría el cambio. Tomé el avión a las 7.30 de la mañana. Llegué a Barajas, me fui a la terminal 4S, de salidas y llegadas internacionales lejanas (con tren incluido), pasé un control de pasaportes y a esperar. Por allí intenté que mis maletas llegaran hasta Santa Bárbara y que me dieran igualmente mi última tarjeta de embarque. El mostrador de Iberia era un caos de americanos. Por lo visto llevaban dos días sin volar a Chicago por problemas en el avión y el descontrol era considerable. Allí no me ofrecieron solución así que me fui al mostrador de American, donde realmente tenía que haber ido de primeras porque en teoría volaba con ellos, aunque los dos primeros vuelos eran de Iberia, hasta Chicago. Los americanos me dieron la última tarjeta de embarque pero me dijeron que no podían hacer nada con las maletas. Así que todo se postergaba para los EEUU. Volví a pasar un control de seguridad y de pasaportes, donde me preguntaron que si iba a estar menos de 90 días en los Estados Unidos. Como era así, pasé sin problema.

En Barajas, esperando al avión, me encontré con Ángel, un antiguo becario del Instituto que está ahora de posdoc en Alemania. Casualidades de la vida, iba también para Chicago. Además sólo estaría sentado un asiento por delante del mío, así que no iba a estar solito. El avión, un A 340, despegó con casi una hora de retraso, alrededor de la 1 de la tarde. Era curioso, mucho más grande que los que normalmente pillo en los viajes por Europa, A 320 y similares. Interesante eso de oír: "observe que hay OCHO puertas de emergencia..." y no sólo 4, jeje. Tienen dos pasillos, con dos asientos a los lados y cuatro en el centro. Si te quieres levantar sólo tienes que pasar por un asiento en el peor de los casos. Al principio está la zona de Business, con asientos tipo cama. Algún día viajaré en ellos, digo yo.

Tomé algo parecido a una paella para comer y un posterior sandwich. Aceptable. Si querías zumitos o bebidas simplemente tenías que levantarte y te las daban. Mi compi de sitio era polaca. Hablaba algo de alemán y así nos pudimos entender. Entró en el avión con un tubo de pasta de dientes y no pasó absolutamente nada, olé por los controles...

Tras casi 9 horas de viaje llegamos a Chicago. Yo creí que iban a ser menos porque demasiado pronto vi tierra, la primera vez que veía América. Eso me hizo creer que habíamos llegado a Nueva York y que, por lo tanto, apenas quedaba hora y media para llegar a mi segundo destino. Error. La forma más cercana de llegar aquí no es en la línea recta que uno puede pensar, sino describiendo una circunferencia hacia el norte, entrando por Canadá y la zona de Terranova.

Tardamos relativamente poco en pasar el control de pasaporte. Un imbécil policía americano empezó a preguntarme cosas. Yo apenas podía entenderle, ¿era eso inglés? Al final le dije que venía a visitar a un profesor de Universidad, que yo NO era estudiante y que cuando terminara volvería, evidentemente, a mi casa. Me dejó pasar, no le quedaba otra, no sin tomarme mis huellas digitales y una bonita foto. Me puso el sello de mala gana en la página 10 del pasaporte. Las maletas salían en la siguiente sala, entre un caos nada desdeñable. No me registraron ni nada, sólo tuvimos que hacer cola para salir de aquella sala, con en efecto embudo importante. El siguiente paso hubiera sido refacturar las maletas y seguir mi viaje, pero como estaba escaso de tiempo y mis maletas ya estaban facturadas hasta Los Ángeles, las eché en la cinta correspondiente y fui a localizar, rápidamente, con apenas 30 minutos de margen, la siguiente terminal. Para ello se pilla un tren. Una vez allí llegó la desesperación. En las pantallas NO aparecía el vuelo para Los Ángeles. Una chica me vio con cara de perdido y desconcertado y me ayudó. Tenía que entrar y luego ya vería. Otra vez a hacer cola. Primera malísima imagen de los USA que me llevé. Aquello es tercermundista, descontrolado, muy caótico, todo el mundo gritando. Eso no es civilización ni nada parecido. Te tienes que quitar los zapatos para entrar, sacar el ordenador, un numerito.

Finlamente entré, pero mi suerte continuaba. Los vuelos estaban ordenados por orden alfabético según la ciudad. La pantalla donde en teoría debería aparecer Los Ángeles estaba fundida. De repente me di cuenta de mi insignificancia en el mundo... totalmente desorientado, dispondiendo de 7 minutos antes de que despegara en teoría mi próximo avión, tras más de 12 horas de viaje y muchas más sin dormir. Me pregunté por la razón de mi estancia allí. Pero de repente apareció mi tradicional buen sentido para la orientación. No sé cómo lo hice pero llegué de repente a la puerta del vuelo. Iba a salir con algo de retraso por lo que me daba tiempo de descansar.

El avión era ya de American Airlines, un boeing. Una mierda de avión, cutre a más no poder, e incómodo. Mi asiento, central, se echaba para atrás, no me podía recostar mucho porque aquello no tenía límite. Hablé un poco con la chica de mi lado e intenté dormir algo. Se me hizo larguísimo y pesado, un horror. Tenía una extraña sensación en las pienas. Lo había pillado por apenas 5 minutos, lleno de agobios y prisas, y aún me quedaba más... cuatro horas más de viaje por lo pronto.

Llegué igualmente con retraso a Los Ángeles. Me dio tiempo de llamar a casa desde una cabina con España Directo (ninguno de los dos móviles funcionaba, no me dejaban llamar, un timo tanto lo de Movistar como lo de Amena) y de recoger las maletas, que salieron de las primeras (menos mal). Otra vez con el tiempo ajustado y tras toda la historia anterior, tenía que volver a facturar las maletas. Afortunadamente no tenía que cambiar de terminal. De la maleta pequeña había desaparecido el candado (¿?). Dentro de ella posteriormente encontré un papelito de inmigración escrito en español e inglés. Decían que lo sentían pero que aquello era necesario y que me había tocado a mí, junto a más gente. No me lo explico, si a mí apenas me dio tiempo a llegar y pillar los aviones. Son eficientes, realmente. Pero registraron la pequeña. Se sorprenderían, porque estaba llena de libros...

Lo peor estaba por llegar. En el aeropuerto de Los Ángeles viví una de las situaciones más subrealistas que he vivido en mi vida. Primero me equivoqué y me fui a los mostradores de internet. Me moví y fui a los normales. Los carteles identificativos no son lo fuerte para los americanos. Me tocaba a mí, le conté a la señorita de allí el problema y de repente me dice que faltan menos de 45 minutos para que salga el avión a Santa Bárbara y que NO me puede facturar. Yo le dije que sólo eran 43 y puse cara entre miedo, pánico y mala leche. De todas formas no era mi culpa, eran ellos los que habían llegado tarde. Al final me facturó, pero resulta que me dice que una de las maletas tiene sobrepeso. Yo le respondí que en España no me habían dicho nada y ella me preguntó si tenía un recibo de haber pagado más por sobrepeso. Por lo visto la maleta grande tenía 7 pounds de sobrepeso (a saber cuánto era eso en unidades internacionales). La otra maleta, pequeña, estaba muy por debajo de su límite teórico. Le intenté convencer de que aquello me resultaba estúpido, que a fin de cuentas no sobrepasaba el límite total considerando que llevaba dos maletas. Aquí llegó el momento cumbre. La muy americana me sugirió que pasara cosas de una maleta a la otra (!!!!!!!!!). No daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Era en serio o era una pesada broma?. Entre una sensación extraña de incredulidad pasé cosas de la grande a la pequeña, pero claro, ya no me cabían más. Así que pillé los jerseys y los llevé en mi mano, como si tuviera frío. De repente una bombilla se me encenció, y es que aquella era una situación esperpéntica. Le dije a la tía con algo de mala educación que me cobrara lo que ella consierara oportuno, que no me importaba pagar 25 cochinos dólares más pero que me facturara las maletas de una puñetera vez y me dejara en paz. Considerando que ya les había pagado unos 1500 dólares por el viaje, 25 era apenas calderilla. No dijo nada. Me facturó las maletas y me dejó. No tuve que pagar nada más en absoluto. Muchas veces uno se tiene que poner de mala leche, no vale la educación.

De nuevo a pasar control, quitarse los zapatos, ir mal de tiempo, prisas etc. Llegué a la puerta, allí me montaron en un autobús y me llevaron al avión. Era más pequeño, de American Eagle, que los usan para trayectos cortos. Volví a llegar apenas 5 minutos antes de que embarcaran. Qué estrés, de verdad.

Finalmente llegué a la hora prevista y al sitio previsto. Aterricé en Santa Bárbara apenas 30 minutos después de despegar de Los Ángeles. Y allí estaban mis maletas. Puedo darme con un canto en los dientes, a fin de cuentas aparecí donde tenía que aparecer y con todas mis cosas, pero el viaje fue realmente horroroso. El aeropuerto era una casa de una sola planta, muy exótico todo, cual paraíso caribeño. Poco después me vino a recoger Lara, una amiga de la que me alquila su apartamento. Pasamos por un supermercado para comprarme algo de comer y llegamos a la casa. Comí un sandwich, me duché, y a la cama. En esos últimos momentos ya no podía manterner los ojos abiertos. Me picaban, nunca me había sentido así.

Así acabó la historia, sano y salvo en Santa Bárbara. Con sensaciones raras y extrañas, algo decepcionado por todo lo que había pasado. Pero era tiempo de dormir...

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