martes, 10 de octubre de 2006

La primera semana

¡Qué horror esa primera noche! ¡Qué horror de casa! ¡Qué horror de todos los Estados Unidos! Cutres a más no poder. ¿Qué porras estaba haciendo yo allí? ¡Maldito el día en el que se me ocurrió cruzar el puñetero charco! ¡Quiero volver, ya!

Sí, eso es lo que pensaba la primera semana. Y como probablemente sabrán, dependiendo de mi estado de ánimo así actúo. Es una reacción en cadena, en la cima o en la sima, no tengo término medio. Así que allí, a unos 10.000 km y con esa pérdida de sentido vital, volvieron a aparecer los problemas de siempre. Uno piensa escapar de ellos haciendo cambios drásticos. Nuevo mundo, nueva vida, algo así, ¿no?. Pero nada de nada. Es decir, estaba igual que siempre, nada había cambiado al respecto, salvo que, además de todo eso, no sabía qué coño estaba haciendo yo aquí. Cuando me derrumbo es de verdad, ya ven...

Ni de coña quería salir de mi casa. Iba a pasar allí estos tres meses, deseando que pasaran lo más rápidamente posible y volver a mi casita en España. Sí, es verdad, he viajado bastante, me adapto a casi todo, pero esto era ya demasiado.

Para empezar, la casa. Muy cutre. Imaginen la típica casa americana, hecha de madera y con paredes de pladur, casi huecas. Pues eso pero en cutre. La limpieza no era algo que la dueña considerara importante. Además, estaba toda enmoquetada, lo cual para un alérgico al polvo como yo es algo bastante desagradable. Nada más meterme en la cama tras un día entero de viaje empecé a estornudar. El ataque alérgico estaba a punto de llegar, menos mal que me traje las pastillas contra la alergia. Me tomé una y más o menos pude dormir. Al día siguiente pasé la aspiradora por toda la casa. La alergia se contuvo. El baño daba asco, con incrustaciones en el lavabo. No tenía agua fría en el fregadero, que también daba asco. Y menos mal que Lara me prestó una especie de manta y una funda para la almohada. Porque ni eso me había dejado la casera.

Así me levanté el sábado, sin apenas notar que había ganado 9 horas el reloj. Lara me ayudó a comprar cosas y me dio una vuelta por Santa Bárbara. Es cierto que el día era espectacular. Vi La Misión y subimos un poco por las montañas para disfrutar de unas bellísimas vistas del Pacífico. Lástima de no haber llevado la cámara. Es como la costa del sol andaluza, ya creo que lo dije antes, con montañas bajas cerca del mar y casas en las laderas.

Compramos una tarjeta para mi móvil con un número americano, alquilé un módem para poder conectarme a internet, hice compras grandes... interesante. La vida es justa, parece. ¡La cantidad de veces que yo he ayudado a gente en esa misma sitaución casi desinteresadamente! Ahora era yo el ayudado.

Así pasó el sábado. El domingo me levanté tarde y volvieron los efectos del jet lag, que misteriosamente casi desapareció el día anterior. A las 5 decidí darme un paseo por la playa y descubrir el Pacífico. Hacía fresco, no me bañé, pero tomé unas fotos. Una de ellas ya la conocerán. Sin embargo, hacia las 6, tuve una sensación que jamás había tenido antes, una sensación de sueño indescrible. No me veía ni con fuerzas para llegar a mi casa. Llegué, evidentemente, y caí rendido en la cama.

La ciudad era distinta, casas de una sola planta, calles amplias, cuadriculadas, coches raros, tiendas raras, letreros raros, sensación de estar en el lejano oeste lejos de toda civilización. No era muy alagüeño el panorama. El lunes fui a la Universidad, lo que me costó casi 2 horas en autobús, cosas del horario de verano. La secretaria me invitó a un café, saludé a Brad y conocí a Isabel, una chica de Barcelona que está en la misma situación que yo, estancia científica. Me asenté en mi sitio y también conocí a David, un profesor de Madrid a punto de irse tras casi 3 meses de estancia.

No tenía hambre para nada, no me había adaptado ni mucho menos al horario de aquí. Estaba todo el día cansado, es decir, más cansado que de costumbre, y con sueño, es decir, con más sueño que de costumbre. Y encima los problemas no dejaban de llegar. Mi casera, instalada en Florida donde fue detrás de un señor (de esto me enteré aquí) y supongo que, por no encontrar trabajo fijo en la Universidad de aquí, decía que no le había llegado la transferencia que le había hecho medio mes antes y que, por favor, le ingresara urgentemente dinero en su cuenta corriente, que tenía que pagar la factura de la tarjeta de crédito y no tenía dinero. Que la llamara urgentemente por teléfono. Genial, acababa de aflojar 730 dólares de señal, que a saber dónde estaban, y ahora tenía que volver a pagar. Volví a llamar a Lara, quien me ayudó. En el camino me vino a decir que ella era una persona agradable y amable pero que todo tiene un límite. No lo decía por mí, sino por la casera. Yo la comprendía perfectamente, le dije que no se puede ser tan bueno, que muchas veces das un dedo y te pillan el brazo entero... ¡qué me iba a contar ella a mí!

Así llegamos a su banco. Por supuesto, me dijeron que no me podían dar información de la cuenta corriente de mi casera, que eso era confidencial. Yo pretendía saber si le había llegado la dichosa transferencia. Y tampoco me querían cambiar mis euros. Así que a tirar de tarjeta, cajero y comisión, sacar 1000 $ y pagarle los 1050 que me cuesta al mes su casa. Al día siguiente llamé a mi banco. Me dijeron que mi dinero ya estaba entregado al banco americano y que no había ninguna incidencia, que preguntara al banco americano. Un bucle infinito. Agobio considerable. Todo esto favorecía evidentemente mi bienestar aquí.

Mi casera sólo me había dado problemas y producido agobios y estrés. Desde obligarme a decidir en apenas 5 minutos la noche antes de hacer el primer viaje a Suiza a hacerme gastar una tarde entera incluso llamando por teléfono a su banco para adivinar su código internacional (aquí funcionan de otra manera) el día antes de irme a Suiza por segunda vez, hasta ir a una sucursal de mi banco apenas 2 horas antes de la salida de mi vuelo, hasta buscar en Barajas la sucursal de mi banco, mi relación con ella ha sido horrorosa. Y metiéndome prisa y presión. Menos mal que en su mail de presentación me dijo que no iba a haber ningún problema y que ella era muy buena y le gustaba mucho ayudar a los demás. Pues eso.

Evidentemente la tía me quería pillar y obliglarme, al menos, a estar hasta finales de Octubre en su casa. Ella sabe que está algo lejos de la Universidad y que yo podría intentar buscar otra cosa más cercana. De esa forma no me podría ir. Lista que es la tía...

Decidí olvidarme del tema, porque en mi banco me decían que todo estaba correcto. Pensaba decirle a la tiparraca que si tenía problemas que llamara a mi banco en España, que yo no era un experto en bancos. Que la atenderían muy amablemente. Estas son las mismas palabras que ella me dijo en el mes de Agosto, cuando teníamos el problema de la compatibilidad de códigos para hacer la trasnferencia. Le iba a devolver la jugada. Llega un momento en el que a uno le obligan a ser malo, es así. Pero lo mejor de esto estaba por llegar, ya lo contaré. No tiene desperdicio.

Y así fue pasando la semana y, como no, ya saben ustedes que todo es supceptible de empeorar. Me reuní con mi jefe. Me dijo que lo que pretendía hacer era matar moscas a cañonazos. Que lo que quería se podía hacer de una forma más fácil con técnicas más sencillas, como la difracción de rayos X. Yo le dije que ya lo habíamos intentado pero que no había habido manera. Así que en el fondo y empezando a cavar hacia abajo. E incluso unas muestras que yo había preparado expresamente para él, como me pidió en Madrid, no tenían sentido. Me decía que era yo el que le tenía que decir qué quería hacer con esos materiales. Mejor imposible, señora. Y para colmo, todo en americano, que es un idioma totalmente distinto hasta que lo pillas. Es algo así como si un extranjero aprende español y tiene que intentar hablar con un gallego con acento cerrado. De todas formas mi jefe me dijo que me podía dar otro trabajo, así que no había problema. Luego, hablando con Isabel y con el paso del tiempo, descubrí que el colega hay días que no carbura... se le va el tarro. Simplemente me había tocado a mí ese día. Un cúmulo de despropósitos, sin duda.

La comida en la Universidad era algo tedioso. De hecho lo sigue siendo. Comer es algo que es necesario hacer, como ir al baño, pero ya está. Hay cosas más importantes aquí. Se puede tomar uno cualquier porquería al mismo tiempo que trabaja junto al ordenador. Eso a mí no me cuadra, pero bueno. Lo más pasable es una especie de chino. Sobre una base de arroz o tallarines puedes elegir bastantes cosas: cerdo, pollo, verduras etc. Está rico. Por supuesto, en recipiente de plástico y con cubiertos de plástico, usar y tirar.

El miércoles fuimos a comer a un mexicano. Cutre como él solo pero con buena comida. Allí conocí a la familia de David. Se había venido con mujer e hijos. Unas vacaciones. Un inciso. La cerveza mexicana se llama CORONA, y no Coronita. Problemas de derechos de autor en España. Cuando pedí una Coronita el camarero me miró con cara rara. Cosas que aprende uno...

Esta fue la primera semana. Problemas, problemas y más problemas. Mi estancia en este territorio inhóspito no era para nada prometedora. Pero las cosas cambian...

Continuará :p

2 comentarios:

Marta Salazar dijo...

ARRIBA! Tan terrible no puede ser... si la casa es muy sucia, y si tú no logras limpiarla, por qué no te mudas a otra? Tres meses es demasiado tiempo para vivir con alergia.

Qué bueno que te ayuden!

En todo caso, una amiga espanola-alemana volvió hace unos meses de un paseo por los EEUU, sobre todo por California y estaba fascinada con la amabilidad de la gente!

Un abrazo y adelante! A ver si nos cuentas más acerca de tu trabajo de investigación!

Anónimo dijo...

hola buenas

es totalmente normal sentirse desorientado cuando te vas a otro sitio muy lejos de tu casa. te digo yo que de cualquier problema haces un mundo y que estas en un estado casi depresivo. eso la primera semana porque ya a partir de la segunda las cosas mejoran.

saludos y veras que bien te va todo por tierras californianas

:)