Esa era la excursión que teníamos programada tras el congreso. Tanto mi jefa de España como Markitus huyeron pavorosamente y me dejaron solo ante el peligro, rodeado de desperate geologists. Nada más terminar nos montamos en un taxi camino del aeropuerto, donde alquilamos otra furgoneta y emprendimos camino hacia el norte, hacia Alemania, dirección Dresde.
El paso de la frontera fue digno de mención, en lo alto de una montaña, con mucho frío, rodeado de bloques de hielo y con una niebla espesísima. ¡Achtung! Y es que tras entregar los pasaportes al amable policía alemán de la frontera nos pidieron muy amablemente que nos bajáramos y, hala, a registrar los coches que se pusieron. Supongo yo que se extrañarían de dos furgonetas llenas de gente de bastantes países (alemanes, checo, español, francés, italianos, holandesa, chileno, suizo y británicos) aunque puedo prometer y prometo que no teníamos pinta de una banda de mafiosos. Nos dejaron pasar, efectivamente, pero no dejó de ser curioso. Sólo hubiera faltado que los policías hablaran en ruso para ser igual que las escenas de películas antiguas en las que se cruza una frontera peligrosa.
Nada más cruzar la frontera paramos en Altenberg, donde vimos un museo en el que se explicaba la extracción del estaño de las rocas del lugar. Métodos artesanales pero bastante currados.
Y de ahí, a buscar el hotel, apresurándonos porque se nos empezaba a echar encima la noche. Resulta que algunas carretetas estaban cortadas y era algo complicado llegar. Nos perdimos. Mucho dinero que tienen los de la red pero luego se les olvida alquilar una furgoneta con un simple GPS. Tras una hora de vuelta por las montañitas aquellas, logramos que unos lugareños nos indicaran el camino del hotel donde nos íbamos a quedar. Es aquí donde se produjo uno de los hechos más surrealistas que yo he presenciado en toda mi vida. De repente, el coche de los lugareños se para, el conductor se dirige al maletero, saca una garrafa y un embudo... y se pone a echar gasolina al coche. Imaginen el cachondeíto...
Finalmente llegamos al hotel, en un pueblo de Sajonia llamado Großwaltersdorf, en pleno Erzgebirge medio. La cena bien, una sopa o crema con champiñones y un filete cubierto con una salsa con champiñones. Ideal (inciso, las setas son de las pocas cosas que no me gustan). Realmente la culpa fue mía, porque ni tenía ganas de tomar salmón ni el otro plato que teníamos para elegir, que mi compañero de habitación, suizo él, me había traducido del alemán al inglés. Comoquiera que tampoco en inglés sabía lo que era y viendo la ayuda de Michael, que me dijo que era "un aminalillo del bosque", lo que provocó que inmediatamente me acordara de Bambi, decidí no comer ese plato.
A la mañana siguiente, muy temprano, nos levantamos en medio de una niebla no demasiado espesa. Fuimos con nuestro guía, un alemán que está más pallá que pacá a ver las primeras rocas. Al principio me gustó y todo, en especial las dos primeras paradas. Son las rocas que yo estudio y mi jefe actual me había pedido que pillara algunas. El tío me había dado unos guantes especiales e incluso un pico. Como Falko siempre está bromeando nunca sabré si eso fue otra más de sus gracias o si realmente estaba hablando en serio. Afortunadamente David, un checo que trabaja en Bayreuth, y especialista en martillos y muestreo de rocas varias, me dijo que no me preocupara, que él rompería las rocas necesarias y me las daría. ¡Olé ahí!
La ruta siguió por el borde de un lago. En verano tiene que ser hasta chulo y bonito y todo. Desgraciadamente, las rocas que realmente me interesaban estaban cubiertas por agua, así que otra vez será. Aún así pillé algunas. Espero que el guía alemán no me haya timado.
Todo bien por el momento, y es que estábamos disfrutando de paseos agradables por el bosque, tranquilos, paisajes bonitos, sin sol pero sin excesivo frío. Ahí se acabó la parte interesante de la excursión. Las siguientes paradas, tras el correspondiente uso de la lunch bag, fueron en canteras a cielo abierto sobre cinco centímetros de barro. ¡Qué asco madre mía! Acabé de barro hasta las cejas, y eso que llevaba unas botas medianamente aceptables. En esto tengo que reconocer que soy de lo más torpe, aunque no el que más. Michael, suizo y físico él, por lo que estaría más perdido aún que servidor con tantas piedras, con unas zapatillas de deporte normales apenas se manchó nada. El consuelo es que hubo bastante gente que acabó peor que yo. Mal de muchos... epidemia.
La verdad es que yo no me explicaba el ansia de la gente por ver pedruscos. Un poco está bien, un rato, vale, pero tampoco hay que pasarse y escalar por los lugares más recónditos, con una lluvia fina continua, llenos de barro sólo por ver más rocas. Ya me empezaba a cansar el asunto. De hecho en la última parada, cuando había que subir como las cabras una ladera, servidor opinó que ya era suficiente y se volvió solito a las furgonetas. A fin de cuentas yo soy Químico, y como hoy me ha dicho mi jefa sevillana por mail: "O sea, que el viajito no tuvo desperdicio, no??. Es que los geólogos están colgados Alberto, hay que tener cuidado con ellos."
Imaginen cómo quedaron las furgonetas, frase del mail del coordinador de la red: "I hope that by now you got the dirt of your shoes from the field trip. We got into trouble here for returning the van so dirty. Ettore had a similar problem when returning the van in Prague. "
Porquería de los zapatos y de lo que no eran zapatos, pero eso ya es otra historia. Finalmente cruzamos la frontera checa de nuevo, ya de noche, y dormimos en Bozí Dar, un pueblo checo justo en la frontera con Alemania. Allí cenamos, hice foto al hielo de la zona, tomamos cervezas (chollo checo, a euro la cerveza tamaño alemán) y nos fuimos a dormir. La versión checa de la excursión, al día siguiente, será motivo de otro capítulo, aunque este día es totalmente insuperable...