viernes, 27 de octubre de 2006

Los Ángeles (II): Hollywood y Pasadena


La semana pasó rápido, y llego el fin de semana. Estamos hablando del 14 y 15 de Octubre. El sábado tocaba lavar la ropa, así que me quedé en casita, descansando un poco. Por la tarde Isabel y yo bajamos al centro de Santa Bárbara, a intentar comprar en una farmacia. Luego nos dimos un paseo por la calle State, pero hacia arriba, alejándonos de la playa. Era por lo visto el inicio de la temporada den el teatro, y había una recepción. Nos invitaron a una copa de sucedáneo de cava, que para ser regalado estaba aceptable.

Intentamos buscar algún sitio donde cenar. Por allí cerca había un restaurante de cocina creativa y un argentino, Café de Buenos Aires, que tenían muy buena pinta, y no eran excesivamente caros. Pero era Sábado por la noche y al lado del teatro, no había sitio y deberíamos esperar mucho. Así que volvimos a bajar por la calle State y terminamos comiendo en un italiano-mediterráneo. Hay que ver cómo se arreglan los americanos para ir a cenar, la mayoría de los chicos jóvenes y muy jóvenes con traje, y las chicas con vestidos elegantísimos. Me llamó la atención una cosa, y es que unos americanos sentados junto a nosotros apenas probaron la comida. A los tres minutos de servírsela se fueron, y creo que los del restaurante se la empaquetaron y se las llevaron a su casa. Parece que eso es normal aquí. Yo por lo pronto me tomé un calamar a la milanesa, acompañado de pasta y una ensalada. Muy abundante todo. Isabel no pasó de la ensalada con gambas...

El Domingo siguiente íbamos a ir a San Luis Obispo. Está hacia el norte, a unos 150 km. Salvo la Misión, apenas tiene cosas interesantes, por lo visto. Lo que recomiendan es el viaje en tren bordeando la costa. Sucede que la gracia salía por casi 50 dólares, así que finalmente decidimos cambiar a última hora de opinión e ir a Los Ángeles. Mismo procedimiento que la semana pasada, Amtrak de las 9.20.

Ese día nos movimos en Los Ángeles en metro. No tiene una red amplia, pero es reciente y eficaz. Por 3 dólares te puedes comprar el pase de un día.

Entrada al metro en la Union Station de Los Ángeles, línea roja

Servidor y little Isabel con nuestro billete

La primera parada fue Hollywood. Centros Comerciales, Paseo de las Estrellas, moldes de manos y pies de artistas y el famoso letrerito.


Paseo de las estrellas

I'll be back

Hollywood boulevard


Kodak Theatre

Cominos una especie de rosquilla salada, un brenztel, o algo así, y nos fuimos a Pasadena. Es una ciudad independiente, alejándose del mar. Es una zona bien, típico barrio de alto nivel americano. Casas grandes con jardín. Y todo muy lejos. Lo que eran tres manzanas en mi mapa se convirtieron en más de una hora andando a paso ligero. Queríamos ir a la Huntington Library, un jardín botánico con museos y colecciones de arte. Llegamos por los pelos, creía que estaba más cerca de la estación de metro donde nos bajamos. Ese paseo me mató. Una vez allí, apenas quedaban 15 minutos para visitar aquello, y la entrada costaba 15 dólares. No merecía la pena. Isabel intentó convencer al guardia, pero no hubo manera. Tengo que decir que esa situación no me resultaba nada agradable, ser tan pesado y casi llorar porque te dejaran entrar. En vistas del panorama, nos tomamos un café. Sin embargo el simpático guardia vino después a buscarnos y nos permitió entrar 5 minutos. Muy bonito el jardín japonés, aunque evidentemente no nos dio tiempo a ver todo.

Barrio residencial de la high society en Pasadena

Entrada al jardín japonés

Jardín japonés de Huntington Library

Volvimos a otra estación de metro, que sólo estaba a apenas media hora andando. Curiosas las casas que estaban por ahí. Después vimos algo de Pasadena downtown y finalmente regresamos a la estación de Amtrak. Nos dio algo de tiempo de ver El Pueblo, una especie de barrio mexicano. Pillamos el Amtrak de las 7, lleno de gente, sin asientos hasta la primera parada, y regresamos a casa.

Pasadena downtown

El Pueblo

miércoles, 25 de octubre de 2006

El punto de inflexión. Los Ángeles (I): Venice y Long Beach

Tarde o temprano tenía que llegar, a fin de cuentas me terminaría adaptando a esta situación, como ya dijo una vez el jefe supremo:

"Este Alberto se adapta rápidamente a cualquier lugar" (JMTdL)

Aquí en Santa Bárbara vivo lejos del centro; yo vivo en el centro de Sevilla. Aquí en Santa Bárbara no hay edificios grandes; en Sevilla sí que los hay, aunque no tan altos. En Santa Bárbara es difícil encontrar a gente por la calle; en Sevilla lo raro es no encontrar a nadie. Con razón no me encontraba yo bien aquí, era raro. El cambio había sido bestial, era normal mi estado de ánimo.

Ese sábado salimos por el centro de Santa Bárbara, por la zona comercial, la calle State. Eso ya era otra cosa. Tampoco es que sea nada del otro mundo, pero se parece algo más al centro de cualquier ciudad. Calles limpias, ordenadas, tiendas, restaurantes etc. Me empezaba a gustar aquello. Lo que había visto hasta ese momento no era representativo de los Estados Unidos. Por cierto, la relación de restaurantes aquí es interesante. Puedes encontar casi cualquier tipo.

Esa tarde bajamos hasta el puerto, hicimos fotos y nos tomamos una especie de zumo-batido de frutas hecho en el acto. Me gustó.

Juzgados de Santa Bárbara


Paseo Nuevo, zona comercial

State Street

Estación de Amtrak de Santa Bárbara

A la mañana siguiente tocaba visita a Los Ángeles. Dedicimos ir en Amtrak, tren. El primero salía a las 6.45 de la mañana, así que pillamos el siguiente, a las 9.20. El billete de ida y vuelta sale por 40 dólares. Se tardan casi dos horas y media en cubrir las apenas 100 millas de distancia, unos 160 km. El concepto de alta velocidad no ha llegado aquí. Sin embargo, los trenes son cómodos, tienen dos plantas y butacas grandes. De mi casa a la estación de tren hay unos 45 minutos andando, con vistas al océano. El encargado de la minicafetería del tren había estado en España, en Rota y conocía perfectamente el sur de nuestro país. El mundo es un pañuelo, de hecho...

Interior del Pacific Surfliner, tren de Amtrak

Vistas desde el tren camino de Los Ángeles

Estación de Los Ángeles

En la estación de Los Ángeles nos recogió Mike, un americano de la Universidad de Californa en Irvine que conocía a Isabel. Los Ángeles es otro mundo, creo que viven por allí unos 18 millones de personas. No sólo en Los Ángeles, sino en todas las localidades que lo rodean. Aquello es inmenso y el sistema de autopistas da miedo. Uno se puede realmente perder allí, con carreteras de 6 carriles en cada sentido, nudos de conexiones con impresionantes viaductos y astascos aleatorios. Desde la estación del tren hasta Long Beach pueden haber perfectamente unos 40 km. Un coche es casi indispensable. Paseamos por la playa de Venice, donde se ven las típicas casetas de los vigilantes de la playa. Hay un montón de puestecitos que venden cosas, y espectáculos callejeros. Cominos en un mexicano y nos fuimos a Long Beach. Allí sí que hay edificios altos. Visitamos el Queen Mary, un barco que se dedicaba a transportar personas desde Europa a América en el pasado. Estuvo interesante, de hecho creo que entramos por la cara.

Autopistas

Venice Beach

Venice Beach con Mike, con caseta de vigilante al fondo

Queen Mary, en Long Beach

Long Beach Downtown


Finalmente regresamos al downtown de Los Ángeles, desde donde cogimos un autobús destino Santa Bárbara. Llegué a la una y pico de la noche a casa, pero realmente el día había merecido la pena. Había visto otra cara de los Estados Unidos, los edificios altos, la ciudad, las playas. Sin duda aquello me empezaba a gustar...

jueves, 19 de octubre de 2006

La conferencia y la novia extranjera

A la semana siguiente mi jefe me pidió que diera una breve charla sobre mi trabajo en España y sobre qué pretendía hacer aquí. Por supuesto que acepté, ahí estaba yo reciclando mis conferencias y trabajos y completando datos y resultados.


La mañana de ese martes la empezamos mostrando a mi grupo americano mis intenciones. La cosa duró algo menos de una hora, tiempo en el que les expliqué lo que yo hago y en lo que estoy interesado. Tengo que decir, aunque esté feo, que salí muy contento de la charla. Logré vender bien mi producto. De hecho mi jefe de aquí cambió de opinión (la semana anterior me había comentado que lo que pretendía hacer era complejo y quizás no muy útil, que se podía intentar hacer mediante otras técnicas más sencillas) y me dijo que le había impresionado y que el proyecto era muy ambicioso. Podría ser difícil y largo, que tres meses no iban a ser suficientes, pero que claro que lo íbamos a intentar. Me comentó también que tengo un inglés británico (supongo que eso lo notan los norteamericanos). El profesor de Madrid me dijo que mi trabajo era "robusto" y estaba bien construido, con bastante lógica científica. Y uno de los becarios me comentó que había sido una charla muy buena, que se había enterado de casi todo y que, para ser extranjero y a pesar de mi acento ligeramente español, me había explicado muy bien y de una manera bastante clara. Así que de lujo todo.


Pero, para variar, no todo iban a ser cosas buenas, faltaría más. Como ya he adelantado en anteriores artículos, la relación con la casera iba de mal en peor. Recordamos que me había hecho pagarle otro mes más porque supuestamente no le había llegado la transferencia que le hice a primeros de septiembre. A mí me era ya indiferente, aunque es cierto que me causó bastantes agobios y dolores de cabeza, pero yo no iba a pagar ni un duro más. Mi banco decía que el dinero se había entregado y yo tenía todos los recibos. Recuerden ustedes también que no tenía agua fría en la cocina. Pues bien, un señor vino a arreglarlo, y sin problema. Menos mal que apenas le hablé ni le di datos de mí, porque, iluso yo, al día siguiente mi casera me mandó un mail donde aparecía lo siguente:

"Now Alberto this is important: I told him that you are my boy-friend because if he knows that you rent the place then he will charge you a deposit fee and that will be very high (about 1000.00$). So the best is to say nothing and if he asks just say you are my boyfriend from Spain."

(Ahora Alberto, esto es importante: Le dije a él -al que me arregló el agua- que eres mi novio porque si se entera de que estás alquilando el piso te hará pagar un depósito a modo de fianza que será muy grande (sobre 1000 dólares). Así que lo mejor es no decir nada y si él pregunta dile simplemente que eres mi novio de España)

Yo lo flipaba. No salía de mi asombro. ¡¡¡Qué tía!!! Así que yo era un realquilado y además me acababa de salir una novia americana-austiaca así de repente. Aquello ya sobrepasaba el límite de mi paciencia. Era demasiado fuerte. Le había pagado casi 1800 dólares y encima era un realquilado y me tenía que hacer pasar por su novio. Le contesté lo siguiente:

"Hallo Elisabeth,

Yes, all in the apartment is going good. However I do not feel very comfortable with this rent situation. I think that you should have said it to me before. I am starting to think that you have actually been playing with me. Anyway, I will say nothing and if somebody asks, I will just say that you are my girlfriend. Everything is going to be ok."

(Hola Elisabeth. Sí, todo en el piso va muy bien. De todas formas, yo no me siento muy agusto con esta situación de alquiler. Creo que tú me lo deberías haber dicho antes. Estoy empezando a pensar que realmente has estado jugando conmigo. De todas formas, no diré nada si alguien me pregunta, simplemente diré que eres mi novia. Todo va a ir bien).

Mano de santo. Al día siguiente me escribió ofendida y diciendo que ella era una buena persona, que tenía referencias y que le gusta ayudar a la gente. Que si dudaba de ella que preguntara a gente del departamento. A mí aquello me parecía muy bien, pero ¿a que no saben lo que pasó? En efecto, misteriosamente ese mismo día apareció la dichosa transferencia:

"Hi Alberto,

I have great news!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! I just found out that your bank has wired the 730$ into my savings account rather than checking account and that is why it did not show up on my checking account statement which I kept checking. So I am very happy for both of us.

So the money is here and you are good for the month of September plus the 4 days in December and the month of October!"

(Hola Alberto, ¡tengo magníficas noticias! Acabo de descubrir que tu banco me ha enviado los 730 dólares a mi cuenta de ahorro en lugar que a mi cuenta corriente y por eso no aparecía el dinero en la cuenta corriente que es la que yo he estado mirando. Así que estoy muy contenta por nosotros dos. Así que el dinero está aquí y ya has pagado septiembre, 4 días de diciembre y el mes de octubre)

Encima la culpa era de mi banco. Yo en eso momento decidí pasar al modo diplomático. Le respondí que no era mi intención haberla herido y que comprendiera mi situación, que le había pagado un montón de dinero, que tenía mucho trabajo en la Universidad, que estaba cansado por el jet lag etc. y que me alegraba que todo se hubiera solucionado. Para mis adentros pensaba, y pienso, todo lo contrario. Es una hija de la gran California y me ha engañado, aprovechándose de un simple estudiante de doctorado extranjero. Pero eso daba ya igual. Sucede que, de nuevo, vuelvo a ver cómo a veces hay que ponerse borde y ser maleducado porque si no, no consigues nada. No bastan las buenas palabras y los buenos modos.

Por lo demás esa semana estuve solito. David se iba a comer con su familia, porque ya estaban a punto de volver a España. El miércoles fuimos a cenar al puerto, para despedirlos, a un restaurante típico americano. Calamares rebozados, unas almejas riquísimas, algo de comida mexicana y cacahuetes a discrección. Me gustó.

Vista nocturna del Océano Pacífico desde el Puerto de Santa Bárbara

El fin de semana apenas salí de casa. El sábado descansé y el domingo no paró de llover. Así que a disfrutar de películas y series en el portátil. Me estaba empezando a adaptar aunque aún no estaba del todo agusto. Seguía queriendo volverme a Europa, en los Estados Unidos todo era muy raro. Para el cambio de opinión había que esperar a la semana siguiente...

jueves, 12 de octubre de 2006

La primera tortilla y el primer fin de semana sin jet lag

Y llegó el fin de semana. Uno de los mexicanos de los despachos aledaños me invitó a ir con sus amigos a beber vino y visitar las viñas, pero ese sábado ya tenía compromiso, fui invitado a casa de mi jefe, a una cena. Él iba a preparar carne así que yo dije que si llevaba uno de mis platos estrella: tortilla de patatas. Dos hice, con la sartén que me dieron los madrileños, que ya estaban a punto de volverse. Porque de útiles de cocina mi casa estaba, como ustedes pueden imaginar, escasa.

Allí nos juntamos unos cuantos, con el español como idioma fundamental. Yo era el más joven dentro de los mayores, a bastante diferencia de los demás. Por un lado estaba mi jefe, un par de italianas, una argentina, un ucraniano y dos israelíes, siendo la mujer de origen argentino. Y la familia de Madrid. Todos allí con sus niños.

Brad preparó comida americana, hamburguesas con maíz. Hizo un montón, así que le sobraron. Supongo que aún estará comiendo carne. Los madrileños hicieron ensaladilla y gazpacho. También había por ahí ensaladas varias y una tarta de queso con chocolate exquisita, así como higos y pastel de higos para el postre. Delicioso todo, aunque tenga que decir que yo fui la sensación culinaria de la noche. Las dos tortillas me salieron muy ricas, para estar lejos de casa y usar ingredientes autóctonos.


La mujer argentina, responsable en la UCSB de una sección de apoyo a los estudiantes, apostó a que finalmente haría el posdoc aquí. Yo por aquellos momentos pensé para mí que estaba totalmente equivocada, ni loco me iba a venir yo para acá.


El domingo dormí y descansé. Tuve mi primer contacto con la lavadora, común, a la que hay que meterle 5 monedas de un cuarto de dólar para que funcione. Allí conocí a una de las vecinas, peruana y casada con un americano profesor de escuela, que habla español también. Me prestaron un tendedero metálico de Ikea, porque yo no quería meter mi ropa en la secadora, que se estropea.

Por la tarde bajé a la playa. No había mucha gente bañándose, poca más bien aunque sí había gente paseando y tomando el sol. Hacía fresquito y, tras un paso y unos momentos de indecisión... al agua. Ya puedo decir que me he bañado en el Pacífico, que he estado totalmente cubierto por sus aguas. Estaba fresquita, pero no era para tanto.

Poco a poco me iba adaptando, no sin problemas y esfuerzo, a la vida aquí.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Spaniards

Pues sí, me he registrado en el portal de españoles en el exterior. A ver si fuciona el tema...

martes, 10 de octubre de 2006

La primera semana

¡Qué horror esa primera noche! ¡Qué horror de casa! ¡Qué horror de todos los Estados Unidos! Cutres a más no poder. ¿Qué porras estaba haciendo yo allí? ¡Maldito el día en el que se me ocurrió cruzar el puñetero charco! ¡Quiero volver, ya!

Sí, eso es lo que pensaba la primera semana. Y como probablemente sabrán, dependiendo de mi estado de ánimo así actúo. Es una reacción en cadena, en la cima o en la sima, no tengo término medio. Así que allí, a unos 10.000 km y con esa pérdida de sentido vital, volvieron a aparecer los problemas de siempre. Uno piensa escapar de ellos haciendo cambios drásticos. Nuevo mundo, nueva vida, algo así, ¿no?. Pero nada de nada. Es decir, estaba igual que siempre, nada había cambiado al respecto, salvo que, además de todo eso, no sabía qué coño estaba haciendo yo aquí. Cuando me derrumbo es de verdad, ya ven...

Ni de coña quería salir de mi casa. Iba a pasar allí estos tres meses, deseando que pasaran lo más rápidamente posible y volver a mi casita en España. Sí, es verdad, he viajado bastante, me adapto a casi todo, pero esto era ya demasiado.

Para empezar, la casa. Muy cutre. Imaginen la típica casa americana, hecha de madera y con paredes de pladur, casi huecas. Pues eso pero en cutre. La limpieza no era algo que la dueña considerara importante. Además, estaba toda enmoquetada, lo cual para un alérgico al polvo como yo es algo bastante desagradable. Nada más meterme en la cama tras un día entero de viaje empecé a estornudar. El ataque alérgico estaba a punto de llegar, menos mal que me traje las pastillas contra la alergia. Me tomé una y más o menos pude dormir. Al día siguiente pasé la aspiradora por toda la casa. La alergia se contuvo. El baño daba asco, con incrustaciones en el lavabo. No tenía agua fría en el fregadero, que también daba asco. Y menos mal que Lara me prestó una especie de manta y una funda para la almohada. Porque ni eso me había dejado la casera.

Así me levanté el sábado, sin apenas notar que había ganado 9 horas el reloj. Lara me ayudó a comprar cosas y me dio una vuelta por Santa Bárbara. Es cierto que el día era espectacular. Vi La Misión y subimos un poco por las montañas para disfrutar de unas bellísimas vistas del Pacífico. Lástima de no haber llevado la cámara. Es como la costa del sol andaluza, ya creo que lo dije antes, con montañas bajas cerca del mar y casas en las laderas.

Compramos una tarjeta para mi móvil con un número americano, alquilé un módem para poder conectarme a internet, hice compras grandes... interesante. La vida es justa, parece. ¡La cantidad de veces que yo he ayudado a gente en esa misma sitaución casi desinteresadamente! Ahora era yo el ayudado.

Así pasó el sábado. El domingo me levanté tarde y volvieron los efectos del jet lag, que misteriosamente casi desapareció el día anterior. A las 5 decidí darme un paseo por la playa y descubrir el Pacífico. Hacía fresco, no me bañé, pero tomé unas fotos. Una de ellas ya la conocerán. Sin embargo, hacia las 6, tuve una sensación que jamás había tenido antes, una sensación de sueño indescrible. No me veía ni con fuerzas para llegar a mi casa. Llegué, evidentemente, y caí rendido en la cama.

La ciudad era distinta, casas de una sola planta, calles amplias, cuadriculadas, coches raros, tiendas raras, letreros raros, sensación de estar en el lejano oeste lejos de toda civilización. No era muy alagüeño el panorama. El lunes fui a la Universidad, lo que me costó casi 2 horas en autobús, cosas del horario de verano. La secretaria me invitó a un café, saludé a Brad y conocí a Isabel, una chica de Barcelona que está en la misma situación que yo, estancia científica. Me asenté en mi sitio y también conocí a David, un profesor de Madrid a punto de irse tras casi 3 meses de estancia.

No tenía hambre para nada, no me había adaptado ni mucho menos al horario de aquí. Estaba todo el día cansado, es decir, más cansado que de costumbre, y con sueño, es decir, con más sueño que de costumbre. Y encima los problemas no dejaban de llegar. Mi casera, instalada en Florida donde fue detrás de un señor (de esto me enteré aquí) y supongo que, por no encontrar trabajo fijo en la Universidad de aquí, decía que no le había llegado la transferencia que le había hecho medio mes antes y que, por favor, le ingresara urgentemente dinero en su cuenta corriente, que tenía que pagar la factura de la tarjeta de crédito y no tenía dinero. Que la llamara urgentemente por teléfono. Genial, acababa de aflojar 730 dólares de señal, que a saber dónde estaban, y ahora tenía que volver a pagar. Volví a llamar a Lara, quien me ayudó. En el camino me vino a decir que ella era una persona agradable y amable pero que todo tiene un límite. No lo decía por mí, sino por la casera. Yo la comprendía perfectamente, le dije que no se puede ser tan bueno, que muchas veces das un dedo y te pillan el brazo entero... ¡qué me iba a contar ella a mí!

Así llegamos a su banco. Por supuesto, me dijeron que no me podían dar información de la cuenta corriente de mi casera, que eso era confidencial. Yo pretendía saber si le había llegado la dichosa transferencia. Y tampoco me querían cambiar mis euros. Así que a tirar de tarjeta, cajero y comisión, sacar 1000 $ y pagarle los 1050 que me cuesta al mes su casa. Al día siguiente llamé a mi banco. Me dijeron que mi dinero ya estaba entregado al banco americano y que no había ninguna incidencia, que preguntara al banco americano. Un bucle infinito. Agobio considerable. Todo esto favorecía evidentemente mi bienestar aquí.

Mi casera sólo me había dado problemas y producido agobios y estrés. Desde obligarme a decidir en apenas 5 minutos la noche antes de hacer el primer viaje a Suiza a hacerme gastar una tarde entera incluso llamando por teléfono a su banco para adivinar su código internacional (aquí funcionan de otra manera) el día antes de irme a Suiza por segunda vez, hasta ir a una sucursal de mi banco apenas 2 horas antes de la salida de mi vuelo, hasta buscar en Barajas la sucursal de mi banco, mi relación con ella ha sido horrorosa. Y metiéndome prisa y presión. Menos mal que en su mail de presentación me dijo que no iba a haber ningún problema y que ella era muy buena y le gustaba mucho ayudar a los demás. Pues eso.

Evidentemente la tía me quería pillar y obliglarme, al menos, a estar hasta finales de Octubre en su casa. Ella sabe que está algo lejos de la Universidad y que yo podría intentar buscar otra cosa más cercana. De esa forma no me podría ir. Lista que es la tía...

Decidí olvidarme del tema, porque en mi banco me decían que todo estaba correcto. Pensaba decirle a la tiparraca que si tenía problemas que llamara a mi banco en España, que yo no era un experto en bancos. Que la atenderían muy amablemente. Estas son las mismas palabras que ella me dijo en el mes de Agosto, cuando teníamos el problema de la compatibilidad de códigos para hacer la trasnferencia. Le iba a devolver la jugada. Llega un momento en el que a uno le obligan a ser malo, es así. Pero lo mejor de esto estaba por llegar, ya lo contaré. No tiene desperdicio.

Y así fue pasando la semana y, como no, ya saben ustedes que todo es supceptible de empeorar. Me reuní con mi jefe. Me dijo que lo que pretendía hacer era matar moscas a cañonazos. Que lo que quería se podía hacer de una forma más fácil con técnicas más sencillas, como la difracción de rayos X. Yo le dije que ya lo habíamos intentado pero que no había habido manera. Así que en el fondo y empezando a cavar hacia abajo. E incluso unas muestras que yo había preparado expresamente para él, como me pidió en Madrid, no tenían sentido. Me decía que era yo el que le tenía que decir qué quería hacer con esos materiales. Mejor imposible, señora. Y para colmo, todo en americano, que es un idioma totalmente distinto hasta que lo pillas. Es algo así como si un extranjero aprende español y tiene que intentar hablar con un gallego con acento cerrado. De todas formas mi jefe me dijo que me podía dar otro trabajo, así que no había problema. Luego, hablando con Isabel y con el paso del tiempo, descubrí que el colega hay días que no carbura... se le va el tarro. Simplemente me había tocado a mí ese día. Un cúmulo de despropósitos, sin duda.

La comida en la Universidad era algo tedioso. De hecho lo sigue siendo. Comer es algo que es necesario hacer, como ir al baño, pero ya está. Hay cosas más importantes aquí. Se puede tomar uno cualquier porquería al mismo tiempo que trabaja junto al ordenador. Eso a mí no me cuadra, pero bueno. Lo más pasable es una especie de chino. Sobre una base de arroz o tallarines puedes elegir bastantes cosas: cerdo, pollo, verduras etc. Está rico. Por supuesto, en recipiente de plástico y con cubiertos de plástico, usar y tirar.

El miércoles fuimos a comer a un mexicano. Cutre como él solo pero con buena comida. Allí conocí a la familia de David. Se había venido con mujer e hijos. Unas vacaciones. Un inciso. La cerveza mexicana se llama CORONA, y no Coronita. Problemas de derechos de autor en España. Cuando pedí una Coronita el camarero me miró con cara rara. Cosas que aprende uno...

Esta fue la primera semana. Problemas, problemas y más problemas. Mi estancia en este territorio inhóspito no era para nada prometedora. Pero las cosas cambian...

Continuará :p

lunes, 2 de octubre de 2006

Llegada a los Estados Unidos

Y por fin llegó el día, 15 de Septiembre de 2006. Durante el día anterior me dediqué a descansar y a preparar las cosas, con una cierta tensión, alteración. Es cierto que yo me adapto bien a casi todos los lugares y que he viajado bastante, pero a fin de cuentas uno no se va a 10.000 km de casa cada semana... De repente me vino un pequeño sentimiento de angustia: podría estar solo durante tres largos meses... no sabía cómo sentirme.

Esa noche apenas dormí, las tensiones se iban acumulando. No fue un mes tranquilo el de Septiembre. Llegada de vacaciones, viaje a Ginebra, problemas con la casera de los Estados Unidos, problemas con los bancos y su equivalencia con los bancos americanos, exámenes de inglés del instituto de idiomas (un inciso, según el prestigiosísimo Instituto de Idiomas de la Universidad de Sevilla apenas sé inglés. Me presenté a una prueba de nivel de 2º curso y he aprobado con un 5 justo. A saber los criterios de correción, pero un 4 en el examen oral es pasarse... Yo he vivido en el extranjero, he dado conferencias y trabajado, ni que fueran de Oxford. Lo curioso es que saco más nota en Alemán de 3º que en Inglés de 2º, a ver cómo se cocina eso).

En fin, que incluso esa misma noche el transformador de mi disco duro portátil donde tenía provisiones contra el aburrimiento no funcionaba. No había, por lo tanto, ni películas, ni datos ni nada. La cosa no pintaba bien. Apenas dormí un par de horas y, hala, al aeropuerto.

Al llegar allí la primera en la frente. La chica del mostrador de Iberia tardó casi 15 minutos en darme las tarjetas de embarque. Como me habían cambiado el viaje los de American Airlines no aparecía en la base de datos. Afortunadamente todo se arregló, pero sólo me pudo facturar tanto a mí como a las maletas hasta Los Ángeles, donde en teoría sí que vuela Iberia, en código compartido con American. Bueno, ya en algún lugar de los Estates haría el cambio. Tomé el avión a las 7.30 de la mañana. Llegué a Barajas, me fui a la terminal 4S, de salidas y llegadas internacionales lejanas (con tren incluido), pasé un control de pasaportes y a esperar. Por allí intenté que mis maletas llegaran hasta Santa Bárbara y que me dieran igualmente mi última tarjeta de embarque. El mostrador de Iberia era un caos de americanos. Por lo visto llevaban dos días sin volar a Chicago por problemas en el avión y el descontrol era considerable. Allí no me ofrecieron solución así que me fui al mostrador de American, donde realmente tenía que haber ido de primeras porque en teoría volaba con ellos, aunque los dos primeros vuelos eran de Iberia, hasta Chicago. Los americanos me dieron la última tarjeta de embarque pero me dijeron que no podían hacer nada con las maletas. Así que todo se postergaba para los EEUU. Volví a pasar un control de seguridad y de pasaportes, donde me preguntaron que si iba a estar menos de 90 días en los Estados Unidos. Como era así, pasé sin problema.

En Barajas, esperando al avión, me encontré con Ángel, un antiguo becario del Instituto que está ahora de posdoc en Alemania. Casualidades de la vida, iba también para Chicago. Además sólo estaría sentado un asiento por delante del mío, así que no iba a estar solito. El avión, un A 340, despegó con casi una hora de retraso, alrededor de la 1 de la tarde. Era curioso, mucho más grande que los que normalmente pillo en los viajes por Europa, A 320 y similares. Interesante eso de oír: "observe que hay OCHO puertas de emergencia..." y no sólo 4, jeje. Tienen dos pasillos, con dos asientos a los lados y cuatro en el centro. Si te quieres levantar sólo tienes que pasar por un asiento en el peor de los casos. Al principio está la zona de Business, con asientos tipo cama. Algún día viajaré en ellos, digo yo.

Tomé algo parecido a una paella para comer y un posterior sandwich. Aceptable. Si querías zumitos o bebidas simplemente tenías que levantarte y te las daban. Mi compi de sitio era polaca. Hablaba algo de alemán y así nos pudimos entender. Entró en el avión con un tubo de pasta de dientes y no pasó absolutamente nada, olé por los controles...

Tras casi 9 horas de viaje llegamos a Chicago. Yo creí que iban a ser menos porque demasiado pronto vi tierra, la primera vez que veía América. Eso me hizo creer que habíamos llegado a Nueva York y que, por lo tanto, apenas quedaba hora y media para llegar a mi segundo destino. Error. La forma más cercana de llegar aquí no es en la línea recta que uno puede pensar, sino describiendo una circunferencia hacia el norte, entrando por Canadá y la zona de Terranova.

Tardamos relativamente poco en pasar el control de pasaporte. Un imbécil policía americano empezó a preguntarme cosas. Yo apenas podía entenderle, ¿era eso inglés? Al final le dije que venía a visitar a un profesor de Universidad, que yo NO era estudiante y que cuando terminara volvería, evidentemente, a mi casa. Me dejó pasar, no le quedaba otra, no sin tomarme mis huellas digitales y una bonita foto. Me puso el sello de mala gana en la página 10 del pasaporte. Las maletas salían en la siguiente sala, entre un caos nada desdeñable. No me registraron ni nada, sólo tuvimos que hacer cola para salir de aquella sala, con en efecto embudo importante. El siguiente paso hubiera sido refacturar las maletas y seguir mi viaje, pero como estaba escaso de tiempo y mis maletas ya estaban facturadas hasta Los Ángeles, las eché en la cinta correspondiente y fui a localizar, rápidamente, con apenas 30 minutos de margen, la siguiente terminal. Para ello se pilla un tren. Una vez allí llegó la desesperación. En las pantallas NO aparecía el vuelo para Los Ángeles. Una chica me vio con cara de perdido y desconcertado y me ayudó. Tenía que entrar y luego ya vería. Otra vez a hacer cola. Primera malísima imagen de los USA que me llevé. Aquello es tercermundista, descontrolado, muy caótico, todo el mundo gritando. Eso no es civilización ni nada parecido. Te tienes que quitar los zapatos para entrar, sacar el ordenador, un numerito.

Finlamente entré, pero mi suerte continuaba. Los vuelos estaban ordenados por orden alfabético según la ciudad. La pantalla donde en teoría debería aparecer Los Ángeles estaba fundida. De repente me di cuenta de mi insignificancia en el mundo... totalmente desorientado, dispondiendo de 7 minutos antes de que despegara en teoría mi próximo avión, tras más de 12 horas de viaje y muchas más sin dormir. Me pregunté por la razón de mi estancia allí. Pero de repente apareció mi tradicional buen sentido para la orientación. No sé cómo lo hice pero llegué de repente a la puerta del vuelo. Iba a salir con algo de retraso por lo que me daba tiempo de descansar.

El avión era ya de American Airlines, un boeing. Una mierda de avión, cutre a más no poder, e incómodo. Mi asiento, central, se echaba para atrás, no me podía recostar mucho porque aquello no tenía límite. Hablé un poco con la chica de mi lado e intenté dormir algo. Se me hizo larguísimo y pesado, un horror. Tenía una extraña sensación en las pienas. Lo había pillado por apenas 5 minutos, lleno de agobios y prisas, y aún me quedaba más... cuatro horas más de viaje por lo pronto.

Llegué igualmente con retraso a Los Ángeles. Me dio tiempo de llamar a casa desde una cabina con España Directo (ninguno de los dos móviles funcionaba, no me dejaban llamar, un timo tanto lo de Movistar como lo de Amena) y de recoger las maletas, que salieron de las primeras (menos mal). Otra vez con el tiempo ajustado y tras toda la historia anterior, tenía que volver a facturar las maletas. Afortunadamente no tenía que cambiar de terminal. De la maleta pequeña había desaparecido el candado (¿?). Dentro de ella posteriormente encontré un papelito de inmigración escrito en español e inglés. Decían que lo sentían pero que aquello era necesario y que me había tocado a mí, junto a más gente. No me lo explico, si a mí apenas me dio tiempo a llegar y pillar los aviones. Son eficientes, realmente. Pero registraron la pequeña. Se sorprenderían, porque estaba llena de libros...

Lo peor estaba por llegar. En el aeropuerto de Los Ángeles viví una de las situaciones más subrealistas que he vivido en mi vida. Primero me equivoqué y me fui a los mostradores de internet. Me moví y fui a los normales. Los carteles identificativos no son lo fuerte para los americanos. Me tocaba a mí, le conté a la señorita de allí el problema y de repente me dice que faltan menos de 45 minutos para que salga el avión a Santa Bárbara y que NO me puede facturar. Yo le dije que sólo eran 43 y puse cara entre miedo, pánico y mala leche. De todas formas no era mi culpa, eran ellos los que habían llegado tarde. Al final me facturó, pero resulta que me dice que una de las maletas tiene sobrepeso. Yo le respondí que en España no me habían dicho nada y ella me preguntó si tenía un recibo de haber pagado más por sobrepeso. Por lo visto la maleta grande tenía 7 pounds de sobrepeso (a saber cuánto era eso en unidades internacionales). La otra maleta, pequeña, estaba muy por debajo de su límite teórico. Le intenté convencer de que aquello me resultaba estúpido, que a fin de cuentas no sobrepasaba el límite total considerando que llevaba dos maletas. Aquí llegó el momento cumbre. La muy americana me sugirió que pasara cosas de una maleta a la otra (!!!!!!!!!). No daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Era en serio o era una pesada broma?. Entre una sensación extraña de incredulidad pasé cosas de la grande a la pequeña, pero claro, ya no me cabían más. Así que pillé los jerseys y los llevé en mi mano, como si tuviera frío. De repente una bombilla se me encenció, y es que aquella era una situación esperpéntica. Le dije a la tía con algo de mala educación que me cobrara lo que ella consierara oportuno, que no me importaba pagar 25 cochinos dólares más pero que me facturara las maletas de una puñetera vez y me dejara en paz. Considerando que ya les había pagado unos 1500 dólares por el viaje, 25 era apenas calderilla. No dijo nada. Me facturó las maletas y me dejó. No tuve que pagar nada más en absoluto. Muchas veces uno se tiene que poner de mala leche, no vale la educación.

De nuevo a pasar control, quitarse los zapatos, ir mal de tiempo, prisas etc. Llegué a la puerta, allí me montaron en un autobús y me llevaron al avión. Era más pequeño, de American Eagle, que los usan para trayectos cortos. Volví a llegar apenas 5 minutos antes de que embarcaran. Qué estrés, de verdad.

Finalmente llegué a la hora prevista y al sitio previsto. Aterricé en Santa Bárbara apenas 30 minutos después de despegar de Los Ángeles. Y allí estaban mis maletas. Puedo darme con un canto en los dientes, a fin de cuentas aparecí donde tenía que aparecer y con todas mis cosas, pero el viaje fue realmente horroroso. El aeropuerto era una casa de una sola planta, muy exótico todo, cual paraíso caribeño. Poco después me vino a recoger Lara, una amiga de la que me alquila su apartamento. Pasamos por un supermercado para comprarme algo de comer y llegamos a la casa. Comí un sandwich, me duché, y a la cama. En esos últimos momentos ya no podía manterner los ojos abiertos. Me picaban, nunca me había sentido así.

Así acabó la historia, sano y salvo en Santa Bárbara. Con sensaciones raras y extrañas, algo decepcionado por todo lo que había pasado. Pero era tiempo de dormir...